El alba se apoderaba de Medellín con una intensidad baja, las calles mojadas aún conservaban el rastro de quienes habían huido en la lluvia; aceleradamente se escuchaban los pasos de una vieja tongoneada, de pantalón negro y despelucada, afanada, nerviosa, su caminar se confundió con el ruido del bus que se la llevo en una de sus sillas desgastadas, el aroma de la loción se perdió, quedando envuelto en una humarada, de esas que expulsan los buses; ahora mi soledad se prolonga, un murciélago viene a mi rescate dando vueltas en torno al árbol que está sembrado a mi lado derecho, no me simpatiza su compañía en esta oscuridad, el no me puede atracar ni violar, pero si morder o matar de un susto; él continua su ronda como si quisiera decirme un secreto pero de repente un estruendoso sonido lo espanta, volando lejos a una de las tantas arboledas que tiene la ciudad, en realidad su rumbo es desconocido, ahora estoy frente a un bus ruidoso con música guacharachera, me monto se apagan las luces internas y comienza la función:
Muchos saltos, poca gente, pasajeros dormidos y más velocidad -Señor me deja aquí
-Aaaaaaaaa en la esquina y por qué no dijo antes pues?
Corrí de inmediato a tomar otro autobús, uno de rayitas que da un tour por toda la ciudad, muchachos de gorra, medio adormilados, sentados en sillas nuevas, otros sonrientes, disfrutando de un paseo por las calles de Medellín, vigilando atentamente, a quienes caminaban o a las muchachas que se montaban, pero en medio de tanto cuento dieron las seis de la mañana, nos estacionamos justo en mi lugar de llegada, nadie podía entender que me iba a bajar, todos se aferraron a sus barandas como si fueran su propia mama, plata o que se yo; pun pun di un salto de las escalas del bus a la calle, medio despelucada, nerviosa, afanada igual que la vieja tongoneada de la mañana.
Muchos saltos, poca gente, pasajeros dormidos y más velocidad -Señor me deja aquí
-Aaaaaaaaa en la esquina y por qué no dijo antes pues?
Corrí de inmediato a tomar otro autobús, uno de rayitas que da un tour por toda la ciudad, muchachos de gorra, medio adormilados, sentados en sillas nuevas, otros sonrientes, disfrutando de un paseo por las calles de Medellín, vigilando atentamente, a quienes caminaban o a las muchachas que se montaban, pero en medio de tanto cuento dieron las seis de la mañana, nos estacionamos justo en mi lugar de llegada, nadie podía entender que me iba a bajar, todos se aferraron a sus barandas como si fueran su propia mama, plata o que se yo; pun pun di un salto de las escalas del bus a la calle, medio despelucada, nerviosa, afanada igual que la vieja tongoneada de la mañana.
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